Una buena clienta de coaching se enfrentaba frecuentemente a una sobrecarga de e-mails a los cuales tenía que responder o gestionar. El problema principal era que consideraba que no tenía suficiente tiempo para leerlos a profundidad todos y por ello era frecuente que los leyera superficialmente y que cometiera errores de juicio. La primera solución que se le ocurrió fue crear una tabla en Excel en la cual indicara la prioridad de cada e-mail y un comentario que indicara el resumen, así como la siguiente acción a realizar al respecto.
En una sesión subsecuente, el diálogo que tuvimos fue más o menos así:
Coach - ¿Qué tal te ha ido con el asunto de la lectura de e-mails?
Clienta - Más o menos. Sigo haciendo lecturas superficiales en muchos de los casos.
Coach - ¿Recuerdas la solución que te habías propuesto al respecto?
Clienta - Sí, pero no he podido construir la tabla de Excel que me había propuesto.
Coach - ¿Qué te lo ha impedido?
Clienta - Que no escribo lo suficientemente rápido como para poder permitirme rellenarla.
Coach - ¿Entonces se trata de una herramienta lenta para tu trabajo?
Clienta - Así es.
Llegado este punto, yo debía ayudar a mi clienta a que encontrara una solución mejorada por sí misma. Algunas de las preguntas que hice a continuación fueron:
¿Qué situación similar has resuelto en el pasado?
¿De qué habilidades tuyas echaste mano aquella vez?
¿Qué consejo le darías a una persona en tu misma situación?
Y una vez propuesto un nuevo método:
¿qué esfuerzos extraordinarios supone este nuevo método?
¿cómo te avisa de que te has saltado algo importante?
¿qué coste tiene?
El ejercicio que te propongo ahora, es el siguiente:
1. Piensa en un método que no te funcione de forma óptima ahora mismo o al que la última mejora que se le hizo no haya sido del todo efectiva.
2. Pregúntate qué ha impedido que el método funcione al 100%.
3. Hazte las seis últimas preguntas que planteé arriba.
¿Nace alguna idea nueva? ¿Cuándo, cómo y dónde la implementarás?