miércoles, 30 de enero de 2013

La auténtica "externalización" para cambiar la perspectiva

Mucho se habla ahora de los servicios "externalizados" en las empresas y organizaciones. En plena oleada de recortes, muchos gobiernos autonómicos en España han recurrido a externalizar todo lo externalizable, es decir, todo lo que supuestamente no es competencia directa de ellos. La teoría dice que "el zapatero debe trabajar en los zapatos" y que todo lo demás debería hacerlo quien mejor lo hace. A este respecto, poco aportaremos. El tipo de externalización que nos interesa en esta entrada es la que podemos hacer nosotros mismos para cambiar la perspectiva. Me explico a continuación.

Una de mis "preguntas poderosas" favoritas es la siguiente: "si alguien te preguntara cómo has hecho para llegar exactamente a donde estás ahora, con lo positivo y negativo que eso pudiera conllevar, ¿qué ruta le describirías?". Piénsalo por un momento. Si alguien te hiciera esa pregunta con algún tipo de marco de referencia, por ejemplo, el último medio año, ¿qué responderías? ¿Qué has hecho el último medio año para llegar exactamente a donde estás? Si, por ejemplo, en este medio año has ganado un par de kilos, has sacado el carné de conducir, te has apuntado a estudiar un idioma y tienes un amigo y un enemigo más, ¿qué has tenido que hacer para lograr todo eso? Tu respuesta podría ser algo así como he comido en la calle casi todos los días, he tomado 30 clases de conducción en una autoescuela, investigué la oferta de idiomas en mi zona y me decidí por una academia, me fui de copas una vez cada dos semanas y allí conocí a un nuevo amigo y también a un nuevo enemigo. Más o menos ese es tu "plano" para construir tu situación en los últimos seis meses.

¿En qué consiste y para qué necesitamos la externalización entonces? En ocasiones, es difícil ser objetivos cuando hablamos de nuestros actos, ya que tendemos a justificarlos según nuestras creencias. Así, quizá podríamos decir que para tener ese nuevo enemigo, lo único que hicimos fue "ser nosotros mismos" cuando en realidad lo que hicimos fue exhibir a la otra persona públicamente. Para evitar ese filtro que son nuestras justificaciones personales, podemos recurrir a la externalización. Esto es, preguntándonos a nosotros mismos qué le recomendaríamos a un "hermano pequeño" que nos admira y que quiere llegar a estar justo donde estamos nosotros para lograrlo. ¿En qué se fundamenta este ejercicio? En la tendencia a sentirnos más a gusto dando consejos que autoanalizándonos.

Así, la combinación de las preguntas "si alguien te preguntara cómo has hecho para llegar exactamente a donde estás ahora, con lo positivo y negativo que eso pudiera conllevar, ¿qué ruta le describirías?" y "qué le recomendarías a un "hermano pequeño" que te admira y que quiere llegar a estar justo donde estás tú para lograrlo?" te puede llevar a encontrar la receta secreta de tus éxitos...y los no tanto.


domingo, 27 de enero de 2013

La asertividad como expresión de la autoestima

Un amigo mío me comentaba hace poco: "Mi ex me mandó un e-mail que me dejó descolocado. Me confundió mucho y me hizo enfadar. ¿Cómo puede ser tan insensible?". No es poco frecuente que las personas echen la culpa de sus emociones a los demás. En otra oportunidad una clienta me dijo "Mi pareja no me acepta tal como soy y hace que me sienta como si fuera rara. Es un desconsiderado".  Sin ir más lejos, hace solamente unos días leí en un periódico que en España sigue incrementándose el consumo de drogas ansiolíticas porque «recurrimos a los ansiolíticos para aliviar el estrés social». Es decir, que se echa la culpa a la sociedad de nuestro estado de ánimo y se intenta corregir el problema recurriendo a agentes externos, temporales y encima de todo adictivos (según algunos expertos «hay gente que los toma durante años»).

Los ejemplos anteriores son reveladores de que la gente no se siente en control de sus emociones y, consecuentemente de sus vidas. Desde luego, no estar en el asiento del conductor provoca ansiedad como lo muestran los comportamientos de los niños. A las primeras oportunidades que tienen de controlar algo, defienden aquello a capa y espada.

Así que ¿cómo recuperamos el volante de nuestras vidas? ¿cómo influye esto en nuestra autoestima (o viceversa)? ¿de dónde parte la creencia de que no podemos controlar nuestras propias emociones?

Si reflexionamos sobre el origen de las emociones, nos daremos cuenta rápidamente de que éstas aparecen de manera espontánea. La ira, la sorpresa, la tristeza, el asco, la alegría, el miedo...son reacciones emocionales que podemos sentir en cualquier momento. A cada persona le sobrevendrán en mayor o menor medida en diferentes situaciones. Probablemente si yo comento un error en el trabajo, la emoción que sentiré será distinta a si lo comete una persona que se autodenomine como "perfeccionista" o una que se autodenomine "desenfadada". Pero sobre esa primera reacción poco más hablaremos. Lo que realmente nos ocupa en este espacio es lo que hacemos después de ese primer momento, una vez que hemos racionalizado la emoción.

Veamos un modelo mediante el cual podemos dar forma a nuestra reacción. ¿Qué pasaría si, pasado el momento inicial...

- Describo la situación por la que acabo de pasar suprimiendo adjetivos tanto como me sea posible e incluyendo información lo más exacta posible. Por ejemplo "cuando María me envió el e-mail donde me preguntaba cómo estaba, yo me sentí sorprendí".
- Expreso cómo me ha hecho sentir el hecho desde mi entendimiento. Para ello, resulta obvio que necesito saber identificar realmente las emociones que he sentido. De poco me servirá este análisis si creo que cuando estoy ansioso lo que realmente me pasa es que estoy hambriento (problema más frecuente de lo que parece según estudios hechos a personas que sufren de desórdenes alimenticios). Siguiendo nuestro ejemplo "me sentí descolocado porque me hice ilusiones de que podría volver a estar interesada en mi".
- Solicito un comportamiento concreto de las otras personas para que cambien los efectos indeseables o pidiendo alternativas de solución al problema. En caso de ser imposible este paso, echo mano de mi autoconocimiento y analizo hasta qué punto es racional el pensamiento que tengo hacia la situación, por ejemplo recordando otros momentos en los que haya pasado por una situación similar, como por ejemplo "me parece que como yo sigo enamorado de ella, ella tendría que saber que este tipo de e-mails me van a descolocar". La solicitud en este caso podría ser "la próxima vez no dar por hecho que ella sabe lo que estoy sintiendo".
- Explicando las consecuencias de llevar a cabo el comportamiento concreto, ya sea a quien le he hecho la solicitud o a mi mismo, por ejemplo diciéndome "Pensándolo bien, María no tiene forma de leerme la mente". Así, la explicación de este paso queda como "si no doy por hecho nada, no me sentiré atacado".

Hecha esta reflexión, la pregunta obvia es ¿y de dónde saco esa autoestima para pensar que, por un lado tengo derecho a sentirme enamorado y descolocado y por otro tengo la capacidad de no dar por hecho las cosas y no sentirme atacado? Para responder a esta pregunta, recurriremos, como siempre a nuevas preguntas, poniendo un ejemplo muy concreto y de fácil respuesta:

¿Cómo sabes que serás capaz de llegar al país vecino, aunque nunca lo hayas hecho?
¿Qué talentos utilizaste aquella otra vez que tuviste que llegar a un lugar al que nunca habías ido?
¿Cómo podrías utilizar esos talentos en este caso?

Después de todo, como dijo Stephen Covey: la autoestima es como una cuenta bancaria con cargos domiciliados. Mes a mes el saldo va bajando y hace falta hacer ingresos para que se mantenga en niveles saludables. Los ingresos, por pequeños que sean, si se hacen con constancia, terminan por devolver el saldo a los niveles saludables.