sábado, 10 de enero de 2015

La toma de conciencia como primer paso en todo aprendizaje

A finales del año pasado tuve el gusto de facilitar una formación sobre negociación a un colectivo de funcionarios de la administración pública de reciente incorporación a sus plazas.

La formación tenía ciertas complicaciones para todos los involucrados: las fechas eran de intensa actividad social (muchas distracciones), la impartición era en inglés, el grupo era muy numeroso (más de 30 personas en lista) y el aula estaba configurada con hileras de escritorios en vez de en U.

En estas dificultades me detendré poco, simplemente para hacer una reflexión rápida en cuanto al asunto del idioma de impartición:

- El objetivo de pedir la formación en inglés, según fui informado, es que los participantes practicaran una competencia que tienen incorporada en un grado considerable y que, sin embargo, necesitan perfeccionar en anticipación a una posible participación a nivel europeo.
- La idea, por tanto, era "matar dos pájaros de un tiro": por un lado practicar inglés en el contexto de la negociación y por otro aprender sobre negociación, otra competencia clave para el óptimo desempeño de funciones de este colectivo.

Pero ¿podría ser que un empeño diluya los resultados del otro? Algunas observaciones que apoyan esta pregunta:

- Esta demostrado que al cambiar el idioma natural de las personas (la lengua madre), el cerebro entra en modo "multi-tasking" y el rendimiento baja al dividirse entre todas las tareas.
- Las personas que ya naturalmente tiran a tímidas (lo que se traduce en que son menos participativas) tienen otro obstáculo más al cual sobreponerse de cara a su integración plena a la formación.
- La traducción representa, en sí misma, un factor de erosión de la integridad del mensaje.

Mi solución a este obstáculo fue primar la importancia del tema central sobre el idioma y pedir a los participantes que hablaran en el idioma que quisieran al intervenir, cosa que, al menos parcialmente, incrementó el nivel de participación.

Pero el punto central de esta entrada lo quiero orientar a las prácticas útiles para que el aprendizaje se pueda transferir al estudiante. Me valdré de un ejemplo concreto. Una persona del grupo comunicó que sus expectativas sobre esa formación en particular eran que el formador diera ejemplos concretos de cómo se habían llevado a cabo negociaciones exitosas en el pasado, y que no le interesaban dinámicas de toma de conciencia ni nada parecido. Parafraseando lo que entendí, quería que se le dieran "recetas de cocina" aplicables a todas las situaciones. Quería una varita mágica que, al blandirse, ponga a su dueño en una posición negociadora ganadora.

Independientemente de lo respetable que son las expectativas de cada persona sobre la formación (y de lo cual me preocupo ampliamente en conocer al inicio de cada formación), nos enfrentamos ante el dilema de "dar de comer el pescado que tengo" o "enseñar a pescar lo que cada uno necesite". El efecto de lo primero se suele enunciar como "pan para hoy, hambre para mañana". Los adultos aprendemos de libros y casos de estudio y retenemos entre un 5% y un 10% de ello. Aprendemos de la observación también, pero retenemos un 20% aproximadamente de ello. Las demostraciones procuran un porcentaje de retención un poco mayor pero no por mucho.

Pero de acuerdo a numerosos estudios y a mi experiencia personal, a través de de la discusión grupal (donde, dicho sea de paso, se suma la experiencia de todos los que participan en ella) y de la acción misma como medio de aprendizaje, se alcanza un nivel de retención superior al 50%. Quien aprende "a pescar" nunca más necesitará que le cuenten sobre cómo consiguió el enorme pescado un gran pescador de otro tiempo.

Y, consistente con mi tesis, te propongo un método experiencial para que lo pruebes la próxima vez que quieras aprender algo:

1. "Ponte un espejo" que te muestre tu situación actual / punto de partida en el ámbito de lo que quieres aprender. Si quieres saber qué tal negocias, ponte a ti mismo en una situación negociadora y observa tanto tus actitudes y comportamientos como los resultados. O pide que alguien lo haga por ti. O busca la forma de grabarte.
2. Reflexiona y analiza sobre lo que has observado. Pon especial atención en lo que te ha gustado más y lo que te ha gustado menos. Anótalo y saca conclusiones.
3. Estudia las causas de los efectos. Qué ha ocasionado que las cosas tomaran el camino que tomaron. Haz una lista de todas esas causas y ponlas en tu lista de "factores clave" o "palancas a controlar".
4. Ahora sí (y no antes), estás listo para aprender de libros, vídeos, demostraciones o entrenamientos sobre cómo hacer las cosas de otra manera. Pero esas buenas prácticas que aprenderás tendrán un punto de partida. Sabrás exactamente qué, por qué y en qué grado cambiar.
5. Practica. Machaca las nuevas formas de hacer las cosas. Recuerda cuando aprendiste a conducir: no te metiste al centro de la ciudad el primer día. Primero condujiste en tu barrio. Después comenzaste a salir a los barrios cercanos. Tu primera salida a las vías principales fue una aventura para la que tomaste precauciones. Sigue practicando hasta que te sientas listo para dar el siguiente paso que es...
6. Ejercer lo aprendido sin supervisión. No habrás incorporado una competencia nueva hasta que la ejerzas de manera autónoma. Aquí todavía puede haber muchas correciones. Sigues aprendiendo pero estás en vías de incorporar la competencia. Y por último...
7. Enseña lo que has aprendido. Cuando enseñas lo aprendido resuelves muchos puntos finos en tu cabeza de manera que lo puedas explicar mejor. Es en este paso cuando realmente incorporas la totalidad del conocimiento a tu forma de hacer. Los maestros aprenden tanto como los alumnos durante mucho tiempo.



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