jueves, 12 de abril de 2012

Ejercicio de self-coaching: nuestra inteligencia emocional

Un niño mira desde fuera como juegan otros a la pelota. Tiene ganas de unirse a la diversión pero no sabe o no se atreve a acercarse e integrarse al grupo.

Un adolescente está en una fiesta y, como táctica para integrarse en un grupo de amigos que parecen conocerse de hace tiempo, intenta crear polémica sobre el tema que se está hablando. Es ignorado.

Un adulto, frustrado porque su pequeño hijo está montando un berrinche escandalosamente, comienza a gritarle y a decirle que es un niño malo.

Son tres casos de personas que, según muchos expertos en psicología, no tienen un alto desarrollo de inteligencia emocional. El factor común de esos y otros casos de personas que necesitan trabajar su inteligencia emocional es su incapacidad para relacionarse eficazmente con otras personas ni tener coherencia con lo que ellos/as mismos/as quieren, con las consecuencias que ello conlleva.

Algunos autores como Daniel Goleman, autor del best-seller Inteligencia Emocional, llegan a afirmar que hay una correlación mucho más alta entre la inteligencia emocional y el éxito personal (según los estándares comúnmente aceptados por el mundo occidental para medir el éxito) que entre el cociente intelectual y el éxito personal. Por tanto, sostiene Goleman, todas las personas podríamos hacer algo para ser más exitosos si tenemos en cuenta que la inteligencia emocional, a diferencia del cociente intelectual, se puede desarrollar a cualquier edad y en cualquier circunstancia.

Desde el Coaching, como en todos los aspectos de la vida, podemos enfocarnos hacia ese desarrollo, empezando por preguntas simples. Por ejemplo:

¿Qué resultados suelo tener cuando intento incorporarme a un grupo de personas por primera vez?
¿En qué grado soy capaz de influir en las personas (por ejemplo mi familia)?
¿Qué resultados tengo cuando me propongo apoyar a los demás?
¿Hasta qué punto soy capaz de gestionar mis propias emociones?
¿Si me viera desde fuera, cómo valoraría mi capacidad para expresar lo que quiero incluso en las situaciones más adversas (donde hay gente agresiva, por ejemplo)?
¿En mi entorno laboral / de estudios / doméstico cómo es mi nivel de efectividad para encontrar soluciones a conflictos de grupos?
¿Cuando me propongo algo, cuánto puedo resistir a las tentaciones que me desvían de mi objetivo?
¿En el último proyecto que abandoné o que tengo inconcluso, cuál ha sido la causa del bache? ¿qué me ha impedido perseverar más?

Si las respuestas a las preguntas anteriores no han sido del todo satisfactorias, podemos plantearnos un ejercicio para dar el primer paso a desarrollarnos en estos sentidos:

1. Piensa en la siguiente oportunidad que tengas de interactuar con otras personas.
2. Cuando llegue el momento, pon especial atención en las estrategias que sigues para intentar alcanzar tu objetivo (por ejemplo, para caer bien, haces chistes).
3. Hazte las siguientes preguntas ¿hasta qué punto he recopilado información de los intereses o valores de las personas? ¿cuánto esfuerzo he hecho en respetar las ideas de los demás? ¿en qué grado he intentado imponer mis puntos de vista? ¿en qué grado he podido leer las emociones y las reacciones de las otras personas? ¿cuánta perseverancia he tenido para alcanzar mi objetivo?
4. Sin importar los resultados de la oportunidad que analizaste, plantéate las siguientes preguntas ¿de qué otras maneras podría haber conseguido el objetivo? ¿qué me impidió lograr lo que quería? ¿qué voy a hacer la próxima vez de otra manera? ¿en qué o quién puedo apoyarme para lograr el mejor resultado? ¿cuándo voy a intentarlo nuevamente?
5. Recuerda que el hecho mismo de que estés reflexionando es un primer paso para tu desarrollo emocional.




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