sábado, 28 de abril de 2012

El coaching en la gestión de las emociones

La discusión sobre las diferencias en los gustos empezó a tornarse personal para ella. Él lo notó pero quiso hacerse escuchar de cualquier manera. Aunque la compostura se mantenía, cada respuesta iba sumando malestar al que ya estaba presente, como suele suceder en esos casos. La presión subía a cada instante que pasaba y a cada comentario que se hacía, tal como si de una olla exprés se tratara. Ella comenzó a tratar con excesiva brusquedad las cosas, no acertaba a poner nada en su sitio y derribaba lo que estaba a su paso. Él le pidió que se tranquilizara y dejara de dar golpes pero sólo consiguió que ella se enfureciera más. El secuestro emocional era irreversible.

Cada persona tiene anécdotas similares en las que se recuerda a sí misma pasar por el proceso de la furia, llegando a esos momentos en los que la perspectiva se reduce como cuando se conduce un coche a altísimas velocidades y lo único que se alcanza a ver es el pequeño horizonte al fondo y nada a los lados. Esas ocasiones en que las cosas parecen pasar en cámara lenta mientras los sentidos registran el entorno pero la mente no es capaz de articular respuestas coherentes. Los valores se pierden junto con la lógica y el cuerpo se pone en modo de supervivencia. Todo lo que puede ser interpretado se interpreta como una amenaza y todo en la persona se prepara para contraatacar. Es en esos momentos en los que una persona es capaz de golpear a su pareja, un padre o madre son capaces de lastimar a un hijo o un hombre puede dispararle a otro por un incidente de tráfico.

Según los expertos en el tema, durante un "secuestro emocional" las funciones más primitivas del cerebro se activan con una supremacía sobre las funciones más evolucionadas que permiten la racionalización, de forma que se "libera la bestia". En esos momentos no hay empatía que valga, no existe la asertividad ni la escucha activa. Sencillamente no es compatible la razón con la furia.

Afortunadamente el proceso de la furia tiene, como todo proceso, unas fases previas y un origen en el cual se puede atajar el avance. ¿Cómo podemos "mapear" ese proceso individual para atajar a tiempo el flujo de la ira? Veamos algunas preguntas:

¿Que situaciones me han llevado en el pasado a sufrir episodios de ira?
¿En esas situaciones, qué sensaciones han delatado que estaba entrando en el proceso colérico?
¿Qué conciencia tuve de mi ritmo cardiaco en aquellas ocasiones?
¿En qué punto fue cuando perdí la capacidad de dominarme?
¿Qué podía haber hecho para romper el proceso antes de llegar a ese punto?
¿Cómo puedo ponerme una alarma para darme cuenta la siguiente ocasión que estoy llegando a ese punto?

Decíamos antes que el proceso colérico tiene similitud con una olla exprés en el sentido de que la presión sube rápidamente. Pero tal como las ollas exprés, nosotros podemos buscar unas válvulas de escape que permitan liberar esa presión poco a poco antes de llegar a la explosión. Algunas de esas válvulas de escape las encontraremos haciéndonos las siguientes preguntas:

¿Hasta qué punto estoy demostrando entendimiento a la otra persona cuando hablamos?
¿El feedback que le doy, es sobre la situación concreta o es más del tipo en el que atribuyo a la persona valores o etiquetas?
¿El feedback que doy está orientado hacia soluciones o más bien se orienta hacia extender la discusión?
¿Cuando ya no me encuentro en capacidad para mantener un nivel de conversación razonable, hasta qué punto lo hago saber a la otra persona?
¿Qué voy a hacer para encontrar mis propias válvulas de escape?


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